Seguramente te diga que no me pasa nada. Y puede que sea verdad. Seguramente gire la cara, desvíe la mirada esperando que no traspases lo que queda de línea entre lo que crees que ves y lo que yo quiero enseñar. Seguramente, mientras te diga que no, esté pensando que sí. Que sí que hay algo que me atosiga, que me inquieta y me perturba, o parecido, vamos. Seguramente hable con monosílabos, rece entre dientes, escupa las palabras con ese tono amable fingido de cuando me bajaría del mundo. Y puede que sea verdad cuando te diga que no hay ningún problema. Pero seguramente no. Seguramente, todos esos “no me pasa nada” vayan a parar a algún lugar extraño, la ciudad de los “me sabe mal”, los “no es para tanto” o los “no me quiero enamorar”. La ciudad de los “sé que sabes que sí me pasa algo, pero lo negaré hasta que reviente o me ponga a llorar, una de dos. Sea como sea, trataré de no hacerlo”. No pasa nada
Seguramente ponga la música alta para no escuchar las voces que me gritan libres por la cabeza. Me dijeron que era un método infalible tapar el ruido con más ruido, como cuando te dicen que una mancha de mora quita otro manchurrón. Aunque siempre me ha parecido cruel y absurdo comparar la huella de alguien con una simple mora. O tal vez, sea la mora la que salga perdiendo en tal comparación. Pero solo tal vez. La cuestión es que, llegados a este punto, ya no me quedan más palabras que las que realmente se sienten de verdad. Pero, ojo, seguramente no sea para tanto. Puede que, en el peor de los casos, sea para más.
Seguramente no sabes que el quién es siempre lo de más. Que las circunstancias van, vienen, vuelan, se detienen. Pero cuando topas con un quién de los que no quedan muchos por ahí… todo se rompe. Un quién de esos es como un muro contra el que no puedes evitar chocar. Te atrapa. Te atrae. Te lleva por caminos raros, sin linternas, sin mapas, sin agua, sin comida. Y aun sabiendo que tal vez mueras si una noche hace frío o si no puedes aguantar no alimentarte ni beber, irías. Sin más. ¿Dónde hay que firmar para fracasar en el intento? Gracias. Y es que hay personas que, sin saber cómo, sacan lo mejor y lo peor de ti a partes iguales. Son la sonrisa, el café, la cara de idiota. El mensaje que esperas. El reflejo que quieres ver. Y da igual lo malo, lo bueno, lo regular. La circunstancia, la lluvia, este viento tan tonto que no hace más que despeinarme las ideas.
Y seguramente, no será para tanto ni será para más. Seguramente se quedará en un par de páginas, en un nudo de nervios, en un rato a medias. Lo más seguro es que, como tantos otros, este no sé qué se quede placado, bloqueado, torpemente distraído con alguna maniobra de experta en desviar la atención. Los que nos empanamos con facilidad sabemos mucho de eso. Máster en atención no-intensiva y retentiva poco útil, eso tengo yo. Y seguramente, aunque crean que nos (me) conocen, en realidad no tengan ni idea. Veréis… los soñadores/empanados, tenemos tanto mundo absurdo interior, que nunca llegamos a conocernos ni a nosotros mismos, así que no esperamos que lo hagáis los demás. Pero claro, tal vez alguien. Pero claro. Nunca se sabe quién puede tener la llave.
Nunca se sabe quién, a fuerza de ganas, puede llegar a nuestro desordenado interior.
Y seguramente, esto no sea más que un día tonto con Jhon Legend de fondo, chocolate en vena y letras. Pero os echaba de menos.
Y me echaba de menos.
Brindo por los días en los que da igual quién lee.
En la vida hay que perderse, para poder reencontrarse.
Fin.
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